viernes, 26 de marzo de 2010

La oruga rosa

Escribirte para saber que aún puedo sentir ésto. Que mi estructura, la que me forma, el remolino que soy, puede dar paso a ésto, contenerlo, que yo lo puedo albergar dentro de mí. Escribirte para saberme capaz de amar, de sentir pasión por alguien, pasión y nostalgia.
Ya habrá tiempo para la vida, piensa la oruga rosa en sus sueños.
Afuera los chicos juegan, adentro mamá prohibe, la niña no puede hacer nada, no puede escalar a la madre y saltar sobre ella hacia la calle y los juegos, no puede congelar a la madre planchando bajo la lamparita incandescente y salir al sol, la niña no tiene fuerza aún para vencer esos brazos que la aprisionan. Entonces, envuelta en su manta rosa, la manta con que la han robado, entonces sueña, convertida en una oruga rosa. Cree firmemente en que habrá un día después de éste. Un día de sol, juegos, compañeros y risas. Un día después de la madre.
Su fé le dá fuerza a sus sueños. La alegría se traslada allí y así sobrevive, intacta, capullito, oruga, ensoñadora.
Crece ignorando cada juego, cada peligro, cada piedrita del camino.
Crece imaginando el mundo negado.
Imagina un mundo de maravillas, con más luces, más soles, más flores. Un paraíso donde ella despliega sus alas al sol, con más colores que los que conoce, con el cielo para volar, y mil y una flor para admirar.
Tanto anhelo, en la cama, hecha un canelón dentro de la manta, el mundo que no le pueden quitar.
Crece, imparable, el tiempo mismo la libera. Pero ésta es otra historia, lo que importa es que la niña fué libre al fin.
Y aprendió a esperar, guardando la fuerza en sus sueños.
Fuí libre al fin.
Y sé soñarte ahora, que no te tengo. Para creer que habrá tiempos mejores. Para creer que existe un tenerte luego de no tenerte.